Arnoldo Kraus / Fuente: El Universal
Migrantes desaparecidos
26 de enero de 2014
Los diccionarios saben de la insuficiencia del lenguaje. Por eso se reeditan y se renuevan. Okupar y bloguero denotan acciones, SMS y chat nuevas formas de comunicación, espanglish la pujanza de un idioma, USB la bonanza de la tecnología, friki una forma de ser. Las palabras nuevas son necesarias: retratan algunos cambios propios de la humanidad. Aunque desaparecido no es una nueva palabra, es frecuente entrecomillarla o escribarla con cursivas.
Escribir desaparecido, o “desaparecido”, en vez de desaparecido denota la cortedad de la definición del Diccionario de la Lengua Española: “Dicho de una persona que se halla en paradero desconocido, sin que se sepa si vive”. Los familiares de los desaparecidos viven la incapacidad del lenguaje. Su voz, su dolor, su inquina, sus señalamientos, y su búsqueda los convierte en personas indispensables: son testigos, nuestros testigos.
Cuando le dieron el premio Cervantes a Juan Gelman, dijo, en su discurso: “Las heridas no están aún cerradas, su único tratamiento es la verdad y luego la justicia: sólo así es posible el olvido verdadero”. Gelman, quien falleció este mes, fue, debido a la siniestra dictadura militar argentina, huérfano de hijo –no encuentro otra palabra-, y padre del mismo hijo desaparecido. Clementina Murcia (Honduras), Manuela de Jesús Franco (Guatemala) y Myrna del Carmen Solórzano (El Salvador), al igual que Gelman, son testigos indispensables en pos de justicia y verdad. Sin testigos la podredumbre humana se reproduce. Sin sus voces, el proyecto de olvido triunfa.
Tanto en los genocidios, como en los crímenes de lesa humanidad, sean feminicidios, trata de personas, venta de menores o desaparecer seres humanos, la apuesta final, sotto voce, de los criminales, es borrar todo rastro. Sin rastros no hay culpables. Sin testigos no hay ni criminales ni responsables.
Por medio del Proyecto Regional Verdad y Justicia para las Personas Migrantes y gracias a la Fundación para la Justicia y el Estado de Derecho, Clementina, Manuela de Jesús y Myrna del Carmen, integrantes de comités de madres de migrantes desaparecidos de Centroamérica, expusieron el drama de las madres huérfanas de hijos e hijas. Sus voces acompañaron la presentación del video realizado por la organización Sandía Digital, AC, Migrantes desaparecidos, familias exigiendo justicia. El video, y las testigas, fueron el culmen del evento auspiciado por la Fundación para la Justicia y la Democracia y por Amnistía Internacional el 14 de enero en el Centro Cultural de España en México.
El video, disponible próximamente en la página de la Fundación para la Justicia —fundacionjusticia.org http://youtu.be/3PzWEA5EXs—, corto en tiempo, apenas dura doce minutos, largo en profundidad, estruja por las imágenes presentadas. Lejos de sentimentalismos innecesarios muestra la verdad no oficial. Justicia y verdad son las palabras que se repiten con más frecuencia, y son, a la vez, el corazón del documental. Entremezclados con algunos datos duros, —26,000 personas desaparecidas en el último sexenio sin contar migrantes; 344 casos de migrantes desaparecidos provenientes de Centroamérica documentados por el proyecto Verdad y Justicia; 21,091 migrantes víctimas de secuestros en un año— el video presenta los testimonios de familiares, mujeres en su mayoría, víctimas por la pérdida de hijos, por la inacción de las autoridades mexicanas y de sus países, y por su origen humilde.
Las voces de las víctimas escuece: “…no buscaban robar, buscaban una vida”; “…por darnos lo mejor, nos quitó lo mejor”; “…queremos buscarlos entre los vivos y los muertos”; “…el Estado sólo se interesa por la plata. Les preocupa contar remesas, no les preocupa contar víctimas”, “…basta de sangre de migrantes”.
El documental retrata con imágenes y palabras la cruda realidad. Es indigno, y preocupante, que la violencia contra los migrantes no genere inquietud porque las víctimas son personas lejanas, desconocidas, ajenas. El video es sobrio: “mete” a quien lo observa dentro de la irrespirable realidad del mundo de los desaparecidos. “Desde el momento en que el otro me mira yo soy responsable de él”, escribe Lévinas. Los rostros y las voces del video nos responsabilizan, nos hacen saber. Las voces vivas de Manuela, Myrna y Clementina, testigas y huérfanas de hijos nos convierten en testigos.
Olvidar genocidios y sepultar sin sepultar a migrantes centroamericanos, mexicanos, universales, es apuesta del poder. El olvido triunfa cuando a la víctima se le resta condición humana, se le calla, se le desaparece; triunfa cuando no hay testigos. En latín, Superstes significa testigo; el término hace referencia al que ha vivido una determinada realidad, ha pasado hasta el final por un acontecimiento y está en condiciones de ofrecer un testimonio sobre él.
Resarcir la condición humana de los desaparecidos, significar la palabra más allá de los diccionarios, y restañar el sufrimiento de los testigos es responsabilidad de la opinión pública y obligación de las nefandas autoridades mexicanas. Las voces del video y de las madres nos responsabilizan y nos convierten en testigos.